El pequeño Troll
Aquí en el norte, siempre han existido los trolls. Mucho antes de que vinieran los hombres, los trolls habitaban en los bosques y las montañas.
Algunos tienen tres cabezas, otros dos, pero la mayoría solamente tiene una.
Mucha gente tiene miedo de los trolls. Creen que los trolls son malos. Pero los trolls son exactamente igual que las personas. Unos son buenos y otros son malos. Algunos son sabios y otros…no tanto.
Es difícil ver los trolls porque prefieren vivir en paz. Según ellos, las personas y sus máquinas son tremendamente ruidosas. Por eso se esconden cuando alguien se acerca. Permanecen sentados intentando parecer viejos troncos de árbol o rocas cubiertas de musgo.
Sin embargo, son amigos de todos los pájaros y animales. Siempre ayudan a los animales enfermos o heridos. Cuando se pierde algún cachorrito, a los trolls no les importa pasarse toda la noche buscándolo. Y cuando la comida escasea, gustosamente invitan a su casa a osos, alces y zorros para que coman con ellos.
Preparan una gran cacerola de papilla de trolls.
Papilla de trolls es lo único que comen. Por eso mismo es también su plato favorito.
A los trolls les gusta que los bosques y las praderas estén bonitos. Cuidan de las flores y de los árboles e intentan mantener las cosas lo más ordenadas posible. ¡Pero ésta no es una tarea fácil!
Éste es un cuento que trata de un niño troll llamado pequeño Troll:
«!Pequeño Troll!» le llama su mamá. «!Ven ya a casa! ¡Que se está haciendo de día!»
«!Un poquito más, mamá!» dice el pequeño Troll. «!Nos lo estamos pasando tan bien!»
«No», dice mamá. «!Ven inmediatamente! ¡Es casi de día! ¡Y ya sabes lo que esto significa!
Sabes, a los trolls, les da miedo el sol.
El pequeño Troll y sus padres viven en el interior de una montaña. Tienen su entrada secreta detrás de un gran pedrusco junto a un matorral de avellano.
Lo primero que hace el pequeño Troll es comerse un plato de papilla. Luego se lava los dientes con una ramita de pino. Y después…finalmente se mete en la cama de pino en forma de cono.
Mamá si sienta un rato a su lado, como siempre. Le canta un ratito. Después hablan de lo que han visto y hecho esta noche.
Pero este vez, lo único que quiere hablar el pequeño Troll es del sol.»¿Por qué es así? ¿Por qué nos tenemos que esconder de él?»
«Unos dicen que nos romperemos en pedazos y nos convertiremos en piedra si nos da el sol. Otros dicen que nos derretiremos y nos convertiremos en nada»
«!Eso no es justo!»
«Pero así es como es y como ha sido siempre. Y ahora, a dormir», dice mamá acurrucándolo con la sábana de corteza
Pero el pequeño Troll no quiere irse a dormir. Llama a su papá. «¿Por qué es así, papá? ¿Por qué nosotros, los trolls, no podemos estar al sol como los demás?»
Pero papá únicamente mueve su cabeza grande y desgreñada. «No lo sé», dice. «Pero así es como es y como ha sido siempre. Y como te vayas a dormir enseguida, esta noche estarás demasiado cansado».
Pero el pequeño Troll no se puede dormir.
No para de pensar en el sol. Esa gran luz del cielo, caliente y traicionera.
Despacito, dirige su mirada furtiva hacia una pequeña rendija de la pared de la montaña, y echa una ojeada.
!Todo es tan bonito ahí fuera! ¡Todo está mucho más vivo que por la noche!
Y se ven…animales corriendo y jugando. Al pequeño Troll le encantaría jugar también con ellos. Pero no puede. Porque podría deshacerse como una bola de nieve o explotar en mil pedazos. ¡No es justo!.
Piensa en todas las historias de miedo que ha oído acerca de los trolls que no tuvieron cuidado y no llegaron a casa a tiempo, o que fueron engañados por pequeños niños humanos que buscaban aventuras…
Recuerda el montón de rocas al pie de la Montaña. «Eso es todo lo que queda de nuestro antepasado», dice mamá cada vez que pasan a su lado. Siempre señala lo que debió ser su nariz y quizás una mano…
!Córcholis, qué injusto!»
A la tarde siguiente, el pequeño Troll se levanta temprano y sale por la puerta nada más ponerse el sol. Apenas tiene tiempo para atarse el lazo de la cola.
¡Ha decidido que quiere una respuesta! Debe haber alguien ahí fuera que le pueda contar algo más.
«¿Quieres jugar?» le pregunta el alce.
«No tengo tiempo», dice el pequeño Troll.
«Voy contigo de todas formas», dice el alce.
Primero bajan corriendo hacia la cascada.
El tío Pechirrojo vive allí, bajo el viejo puente podrido. Al tío Pechirrojo le encanta incordiar a todo el que cruza su puente. Hace como si estuviera enfadado y fuera peligroso «¿Quién anda pateando sobre mi puente?» vocifera.
Todos saben que sólo está bromeando y que el tío Pechirrojo le parece muy divertido ver cómo te asustas.
Pero una vez, hace mucho tiempo, vinieron tres cabras que no conocían la broma. Se la tomaron en serio. Terminaron tirando al tío Pechirrojo al agua de un cabezazo antes de seguir su camino montaña arriba hacia alguna cabaña. ¡Pobre tío Pechirrojo, que no sabía ni nadar!.
Desde aquel día, ya no intenta reírse de las cabras. Lo que hay que hacer es decir «beeee» y estar callado…
Pero el tío Pechirrojo tampoco le sirve de ayuda al pequeño Troll. «¿Por qué no podemos salir de día?» le dice, rascándose sus peludas orejas. «Supongo que porque no…»
Pero el pequeño Troll quiere una respuesta mejor que esa. Se va a ver a alguien más viejo aún. Se va a ver a las hermanas tontas de Peñasco Gris. Trolly y Trolla.
Ninguna de las dos hermanas tiene ojos en la cabeza. Sin embargo tienen uno grande que pueden sujetar con las manos, y que tienen miedo de dejar caer al suelo, porque sería tremendamente difícil de encontrar. Como sólo tienen un ojo entre las dos, tienen que andar muy juntas, agarrándose los rabos. Para ir hacia delante, lo hacen a turnos, por supuesto.
«No», dicen las dos hermanas tontas. «No podemos ayudarte. Así es como ha sido desde mucho antes de que naciéramos, y tenemos más de trescientos años cada una. ¡Eso suma un total de seiscientos años!».
«Pero, ¿a quién puedo preguntar?» exclamó el pequeño Troll. «¿Seguro que no hay nadie mayor que vosotras?»
«Pregúntale a Aguilobo», dicen las hermanas tontas. «Vive justo detrás de la siguiente montaña y es mucho mayor que nosotras»
«¿Quieres jugar?» pregunta el osito.
«No tengo tiempo», dice el pequeño Troll.
«iré de todas formas», dice el osito
Los tres amigos corren por los bosques y las colinas. El pequeño Troll sabe que tiene que llegar antes del amanecer. Y ya está empezando a clarear por encima de las copas de los árboles…
Encuentran a Aguilobo en las nebulosas aguas pantanosas. Va caminando completamente encorvado, rastreando el fondo con la nariz.
«¿Qué estás buscando?» le pregunta el pequeño Troll.
«Mi corazón», dice Aguilobo. «¿Quién eres?»
El pequeño Troll dice su nombre y le da saludos de parte de las dos hermanas tontas. «Pero, ¿no deberíamos ocultarnos en algún sitio?» pregunta. «Creo que el sol está a punto de salir»
«!Dios mío!», exclama Aguilobo. «!He perdido completamente la noción del tiempo! Menos mal que has venido. «Mira», dice levantando una roca plana. «Aquí está la entrada a mi cueva.!Sígueme!»
Invitó al alce y al osito a entrar, pero ellos prefirieron esperar fuera. Al sol. «No es justo», dice para sí el pequeño Troll, suspirando profundamente mientras se desliza hacia la oscuridad. «!Córcholis!
Aguilobo le explica que su familia desciende de una refinada familia de gigantes de la costa oeste. «En nuestra familia», dice, «es tradición no llevar con nosotros el corazón. De esta manera, somos casi invencibles. ¡Es casi imposible que nos maten, porque nunca llevamos con nosotros el corazón! ¡Hacemos todo lo posible por esconderlo en lugares inteligentes donde los ladrones no puedan encontrarlo!»
«Y ahora, ¿no puedes encontrarlo ni siquiera tú?» le pregunta el pequeño Troll.
«Eso es», dice Aguilobo. «!He olvidado por completo dónde lo escondí! Eso es lo malo…» Después aspira, sonríe nerviosamente y prefiera hablar de otras cosas.
Cuando el pequeño Troll le pregunta sobre el sol, Aguilobo le contesta como los demás. «Así es como es y como ha sido siempre», dice. «Pero hay un troll viejo y tonto, que vive al otro lado del Gran Lago. Puede que él sepa algo más»
En cuanto comienza a anochecer, el pequeño Troll vuelve a salir. El alce y el osito le han esperado y ahora se les ha unido un pequeño zorro.
«Si queréis podéis utilizar mi barca», les grita Aguilobo. «Cuando lleguéis, empujadla río abajo. Encontrará el camino de vuelta ella sola.»
Detrás de un pino, justamente al lado de las vías del tren, oyen a alguien cantar. El pequeño Troll se para y escucha. Es una canción curiosa. Es un poema sobre princesas. Pero la letra no significa nada realmente.
Un troll alto y flacucho está tumbado junto a los arbustos de arándanos. Pega un salto cuando aparecen el pequeño Troll y sus amigos. «!Madre mía!» exclama. «Por un momento llegué a pensar que se trataba de una princesa!»
«¿Acaso parezco una princesa?» dice el pequeño Troll
«No, no exactamente. ¡Pero es que no puedo dejar de pensar en princesas! Anda. Mira. ¡Ahí viene el expreso de la noche!»
Todos se tiran al suelo y se quedan completamente quietos mientras pasa el tren.
«Pero, ¿todavía quedan princesas hoy en día?» pregunta el pequeño Troll una vez que están todos en pie otra vez. «¿No han desaparecido hace siglos? Al menos, eso dice papá…»
«!Las princesas nunca desaparecerán!» insiste el alto y flacucho troll. «Quién sabe, puede que hubiera una en ese tren que acaba de pasar. Una princesa con un vestido de seda blanco y una corona de oro en la cabeza. ¡Exactamente como la de mis sueños! ¡Exactamente como la que estoy esperando aquí tumbado!» «Pero si quieres conocer a una princesa, ¿no tendrías que salir al mundo?» pregunta el pequeño Troll.
«antiguamente no era necesario», dice. «Porque antiguamente había miles de princesas bellas y orgullosas. Que esperaban ser hechizadas por un verdadero troll. ¿Por qué no puede seguir siendo así? ¿Por qué no pueda bajarse simplemente de ese tren?»
El pequeño Troll no encuentra respuesta.
«De todas formas, yo soy demasiado tímido como para ir a cualquier parte», dice el otro troll. «Se me va la cabeza de emoción. Lo sé porque he intentado cambiar. ¿Creéis que estoy aquí tumbado por diversión? ¡Qué va! Estoy intentando acostumbrarme al barullo de los humanos. Pero no me está saliendo muy bien. Cada vez me duele más la cabeza. Aquí viene un tren en la otra dirección. ¿Quizás venga en éste?»
Al fin el pequeño Troll tiene la oportunidad de hacer su pregunta. Pero el alto y flacucho troll tampoco le puede dar una respuesta apropiada. Casi ni lo intenta. De lo único que quiere hablar es de princesas. Pero al menos puede decirle a dónde ir: a la siguiente granja de trolls. «Allí vive una vieja troll, y ella ha visto y ha hecho casi de todo. Si ella no puede ayudarte, nadie lo podrá hacer. ¿Tienes que irte ya? ¿No podemos sentarnos un rato y hablar de princesas?
La siguiente granja de trolls es imposible de encontrar. Por la sencilla razón de que es invisible. El pequeño Troll y sus amigos oyen ladrar el perro de la granja. Oyen el mugido de las vacas en la granja y el relinchar de los caballos en el establo. Pero no ven nada.
De pronto, les cubre una sombra. Una sombra con tres cabezas.
«Bienvenidos a nuestra granja», dice una voz vieja y ronca.
«¿Qué hacéis aquí?» pregunta otra voz
«!Fuera!» dice una tercera.
Pero siempre es la misma persona la que habla, una enorme y vieja troll con tres cabezas. Y está claro que las tres cabezas no están de acuerdo en nada.
«No sé si podrás ayudarme», dice el pequeño Troll.
«Por supuesto», contesta la primera cabeza.
«Eso depende», dice la segunda cabeza.
«Desde luego que no» grita la tercera cabeza. «No tengo ningún interés en ayudarte.!En absoluto!». Y entonces las tres cabezas empiezan a discutir.
El pequeño Troll las escucha sentado durante mucho tiempo. ¡Córcholis! Piensa para si mismo. ¡Debe ser horrible no poder ponerte nunca de acuerdo contigo mismo!
«¿Nunca os ponéis de acuerdo?, pregunta finalmente.
«!Claro que sí!» dice la primera cabeza.
«!No!» dice la segunda cabeza.
«Me importa tres cominos hablar con vosotros!» dice la tercera cabeza, cerrando los ojos y también la boca.
Los animales se acercaron al pequeño Troll para captar su atención. «!Aquí nunca conseguirás una respuesta apropiada!» le dicen. «Vamos, deberíamos pensar en irnos a casa. ¡Nuestros padres deben estar preguntándose qué ha sido de nosotros!»
«Subid a mi espalda», dice el alce. «!Así podremos ir más rápido!»
Y se adentran en la noche bajo la brillante luz de la luna.
Los animales conocen un montón de atajos. Llegado el momento, se paran y descansan en lo alto de una colina. A pesar de que al alce está fuerte, también necesita descansar un poco las piernas. El osito y el zorro recogen bayas para comer. También hay suficiente agua en el arroyo. Pero el pequeño Troll está trista. «Quizás nunca llegue a saber la respuesta», dice con tristeza. «Pero ¡Córcholis. Detesto que me digan que algo es así porque sí»
«¿Quizás yo pueda ayudarte?» susurra de pronto una voz vieja y quebradiza Ninguno consigue ver quién está ahí.
«!Estoy harto de jugar al escondite!» grita el pequeño Troll. «!Sal de ahí, quien quiera que seas!» «Pero yo no soy invisible», dice la voz. «!Vosotros cuatro estáis sentados en el centro de mi cabeza!»
¡Está hablando la colina! «¿Pero quién porras eres? Pregunta el pequeño Troll. «Soy un troll, exactamente como tú!» contesta la colina. «Anda un poquito alrededor de mi. ¡Entonces puede que me veas mejor!»
El pequeño Troll y los tres animales dan una vuelta alrededor de la colina. Al mirar con detenimiento, ven una nariz…y dos ojos….!y una boca! Es un troll, uno muy viejo, cubierto de hierba, de turba y de musgo. ¡Sobre él crecen incluso pequeños arbustos!
«Pero, ¿por qué estás aquí sentado?» pregunta asombrado el pequeño Troll.
«No estoy sentado», contesta el viejo troll. «Estoy andando. Pero es que me muevo tan despacio que nadie me ve. Tengo tiempo de sobra. No tengo prisa».
«Pero no parece que te esté moviendo» «!Eso es porque todo lo demás se está moviendo demasiado rápido hoy en día!».
El cielo va clareando por el este. El pequeño Troll sabe que tiene que buscar refugio para el día.
«Si tienes miedo del sol, te puedes juntar a mí», dice el viejo troll. «Escóndete debajo de mi musgo y así te sentirás más seguro»
Están pegaditos el uno al otro.
«Tú has vivido mucho tiempo. ¿Por qué los trolls tenemos que escondernos siempre del sol?» pregunta el pequeño Troll.
«No tenemos que hacerlo, ni mucho menos», dice el viejo troll. «Eso es únicamente algo que creemos.!Mírame a mí!»
«Sí, pero tú estás completamente cubierto de hierba y de musgo y arbustos», dice el pequeño Troll. «Así es que eso no vale».
«Nosotros somos criaturas de la noche» dice el viejo troll.»Hace mucho tiempo, estábamos muy fríos. Éramos gnomos de escarcha y gigantes de hielo. Peero de eso hace mucho tiempo. Al principio del todo. Casi antes de nada. Porque somos los más viejos. Nunca olvides eso, pequeño Troll. Nosotros estábamos aquí antes que cualquier otro ser vivo. Somos más viejos que el bosque, en serio, ¡casi tan viejos como las montañas!»
«Pero, ¿por qué no podemos estar bajo la luz del día?»
«Porque hace miles de años, cuando los gnomos de escarcha andaban por aquí, sus corazones también estaban fríos. Como grandes pedazos de hielo dentro de su pecho»
«Y ¿cómo son ahora?»
El viejo troll se ríe. «No creo que signifique bada hoy en día» Su risa suena como una puerta que chirría.
«!Me estás tomando el pelo!» grita el pequeño Troll enfadado. «!Córcholis!! ¡Todos saben lo peligroso que es dejar que te dé el sol!»
«Pero, ¿lo has probado?
«!He visto de sobra lo que les pasa a los que lo han hecho! ¡Todo lo que queda es un montón de piedras!»
«Eso era hace mucho tiempo, cuando luchábamos y asolábamos como salvajes ogros de montaña», dice el viejo troll. «Cuando nuestras mujeres cabalgaban sobre lobos y usaban látigos para los renos. Pero de eso hace mucho tiempo, había tantos trolls malos y de corazón duro y frío, que era horrible. Pero todo aquel que tenga pensamientos cálidos, no debe tener miedo de nada».
«!Tonterías!» El pequeño Troll está tan enfadado que está a punto de irse, pero es demasiado tarde para encontrar otro refugio.
«Lo único peligroso aquí fuera son las personas!, dice el viejo troll. «Tienes que tener cuidado con ellas. Pero el sol…al sol no hay que tenerle miedo»
«Eso es muy fácil de decir», gruñe el pequeño Troll. «!Tú no eres más que un gran macizo de musgo!» No se quiere dormir, pero siente cómo sus ojos comienzan a cerrarse y que le cuesta cada vez más permanecer despierto. Después de todo, es casi mediodía.
«Tienes que correr ese riesgo», dice el viejo troll. «!Tienes que hacerlo!»
El pequeño Troll se tapa bien con el musgo y la turba. Ha empezado a llover.
Llueve todo el día y toda la noche. El pequeño Troll no se despierta hasta que no llega el osito y le zarandea.
«Tienes que levantarte ya!, le dice. «Estamos aún muy lejos de casa». Los cuatro amigos se despiden del viejo troll y continúan corriendo. A través del barro y de la lluvia.
Se arma mucho revuelo cuando el pequeño Troll llega a casa. Todos han estado buscándolo. Papá y mamá casi habían perdido la esperanza de volver a ver a su hijo.
Primero le abrazan, apretándole y besándole hasta que amenas puede respirar.
Y después comienzan a regañarle. ¡menudo sinvergüenza! Le gritan. ¡Cómo nos has asustado a todos!
«Ahora mismo directo a la cama!! Grita papá.
«Pero falta tanto para la mañana», exclama el pequeño Troll.
«Ahora mismo a esa cama cónica de pino»
«!Y te puedes quedar ahí una semana!» grita papá.
«Pero, es que sólo quería…» dice el pequeño Troll.
«No hay es que!» gritan papá y mamá al unísono.
Hacia el mediodía, se desata una terrible tormenta con relámpagos y truenos.
El pequeño Troll se sienta en la cama sobresaltado. ¿No le estaba llamando alguien? ¿Alguien que necesita ayuda?.
Mamá y papá están durmiendo. No oyen nada.
Se vuelven a oír los gritos ¡Son sus amigos animales!
El pequeño Troll salta de la cama y corre hacia la grieta de la montaña.
Pero, ¿dónde están?
Si fuera de noche, podría correr y buscarlos. Pero no puede. Porque ahora es de día. Y, aunque está lloviendo. ¡aún es de día ahí fuera!
¡Pero ahora los ve!
La tormenta ha tirado un árbol. Y el alce ha quedado atrapado entre sus grandes ramas. El osito y el zorro están intentando soltarlo. Ni la astucia del zorro ni la fuerza del oso son suficientes para liberarlo. Y el alce grita tanto.
Muchos otros animales llegan también corriendo para ayudar. Pero ninguno de ellos puede mover el árbol derribado.
«!Esperad a que se haga de noche!» les gritó el pequeño Troll. «Entonces vendremos papá y yo a ayudaros»
El osito oye su voz y se acerca a la montaña. «Entonces será demasiado tarde, pequeño Troll», le dice con tristeza. «El alce apenas puede ya respirar. Nadie puede sobrevivir mucho tiempo sin respirar…»
Entonces es cuando el pequeño Troll toma una decisión. Mi amigo necesita ayuda, piensa. ¡Y si no haga nada morirá! ¡Tienes que correr el reisgo! ¡Atrévete! Eso es lo que dijo el viejo troll…
Pero primero se dirige al armario que está junto a la puerta. Ahí es donde papá guarda su enorme y antigua espada y la poción mágica heredada de su abuelo. La espada pesa tanto que incluso papá tiene que dar un trago antes de cogerla. Cosa que únicamente hace cuando quiere presumir delante de los amigos.
El pequeño Troll da un gran trago. ¡Sabe fatal! Pero casi es capaz de bajar la espada de la pared. Otro trago grande. ¡Córcholis!, qué malo está! Pero de repente se encuentra lo suficientemente fuerte como para levantar la espada, como si fuera un palito.
El pequeño Troll coge la espada con las dos manos. Piensa en el sol traicionero. En cómo puede hacer que un troll se rompa en pedazos o se deshaga.
Piensa en el viejo troll que dijo que no era traicionero, después de todo.
Pero sobre todo piensa en el alce que necesita su ayuda.
¡Tienes que arriesgarte! ¡Atrévete!
El pequeño Troll traga saliva. Cierra los ojos. Y corre. Sale de la montaña ¡A la luz del día! «!Allá voy!» grita.
De repente deja de llover. ¡El sol sale con fuerza!
El pequeño Troll sube los brazos para protegerse. ¡Ya está! ¡Voy a explotar!
Pero no pasa nada.
El pequeño Troll cruza el pequeño claro del bosque. El sol brilla.
El pequeño Troll alza la espada como si fuera un hacha. Le corta al alce todas las ramas de peso. Gracias a la poción mágica de papá, tiene poderes extraordinarios. Agarra el tronco con las dos manos y lo levanta justo para que el osito y el zorro puedan liberar al alce.
«!Viva!» gritan todos los animales.
«!Viva el pequeño Troll!» Y gritan con tanta fuerza que despiertan incluso a los trolls.
«Qué está pasando?» grita malhumorado un papá gruñón. «¿Quién está tan chiflado que se atreve a despertarnos en pleno día?»
«!Dios mío, niño!» grita mamá. «¿Has perdido el juicio?»
Pero el pequeño Troll se ríe y les hace señas «!Salid!» les dice. «El sol no es nada peligroso. ¡Da calor y se está genial!»
Los otros trolls se quedan mirando, sin poder creer lo que están viendo. ¿Por qué no se rompen en pedazos? Se murmuran unos a otros. ¿Por qué no se deshacen al sol? ¡Porque no, porque nunca ha sido así!.
«Miradme», dice cantando el pequeño Troll. Está bailando en el claro con todos los animales. «Tenéis que arriesgaros. ¡Atreveros!»
«¿Qué clase de troll es nuestro hijo?» gritan mamá y papá.
«!Madre mía»! dice otro troll. «Quizás no sea un troll. Ese niño siempre ha tenido algo raro…»
Pero poco a poco se van envalentonando. ¡Se atreven! Primero uno, después otro, luego muchos. ¡Hasta que todo el claro está lleno de trolls, grandes y pequeños, mirando al sol con los ojos entrecerrados y riendo!
Esa noche se celebra una gran fiesta en el bosque. Una fiesta en honor del pequeño Troll.
El alce le regala un nuevo lazo para el rabo.
Mamá y papá están orgullosísimos.
El mismo Rey Troll pronuncia un discurso en su honor.
«!Durante miles de años nosotros, los trolls, hemos huido y nos hemos escondido cada vez que salía el sol!» dice el Rey Troll. «Pero ahora, gracias al pequeño Troll, podemos salir cuando queramos. Porque ahora sabemos que únicamente los que tienen un corazón duro, frío y malo se romperán en pedazos. Aquellos que tienen un corazón cálido, no deberán temer al sol. Y los que tienen buenos amigos y además son buenos amigos de otros. ¡no deberán temer a nada en el mundo!»
Y desde aquel día, los trolls andan por ahí tanto de día como de noche. Porque son como todos nosotros. Unos son buenos, y otros son malos. ¡Pero nadie es tan malo como para romperse en pedazos!
…Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Por Tor Äge Bringsvaerd